Por: Lic. Olga Molina
Durante este Mes de las Vocaciones 2025, meditamos el lema: “Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap.3,20), una frase profundamente y reveladora que nos invita a reflexionar sobre la llamada que Dios hace constantemente a nuestro corazón.
Cuando alguien toca la puerta de nuestro hogar, lo hace con una intención: busca a alguien, desea entrar en contacto, tener un encuentro cercano y personal. Ese acto de tocar ya implica interés por el otro, una inquietud por conocer más allá de lo superficial, por descubrir lo que hay dentro, en el interior… no solo de la casa, sino del alma.
La palabra “Mira” nos llama a estar atentos, despiertos es una invitación a observar con profundidad, a salir de la rutina para reconocer que algo importante está por suceder, es un llamado a abrir los ojos del corazón, a no vivir distraídos, indiferentes ni ausentes.
“Que estoy” no es solo una afirmación de presencia física, sino de existencia plena. El “estar” significa presencia real, consciente, voluntaria. Es estar allí, en el momento justo, con la persona correcta. Cuando se dice Ser y/o estar: son dos dimensiones fundamentales del llamado vocacional. El ser habla de nuestra esencia y de la autenticidad con la que Dios nos ha creado. El estar implica disponibilidad para responder a una realidad concreta, para abrazar una misión con libertad, responsabilidad y dignidad.
Cuando dice “a la puerta”, se nos recuerda que la puerta es símbolo de encuentro, de paso, de apertura. De un lado está quien desea entrar y conocer; del otro, quien decide abrir y acoger momentos e historias. Ambos deben estar dispuestos: uno a dar, el otro a recibir. Solo cuando hay deseo y disponibilidad mutua, la puerta se abre y se produce el milagro del encuentro al amor primero y verdadero.
Finalmente, “llamo” es una palabra cargada de intencionalidad. Nadie llama sin esperar respuesta. Quien llama cree que hay alguien del otro lado, y confía en que será escuchado. La vocación es así: una llamada que no impone, pero que espera; una voz que susurra suavemente nuestro corazón, esperando una respuesta libre, ya sea un “sí” o un “no”, lo importante es que seamos conscientes de que estamos siendo llamados.
Abrir la puerta es dejar entrar a quien se interesa por nosotros, por nuestras dudas, heridas y esperanzas. Es permitirle al Señor acompañarnos, sanarnos, transformarnos. La vocación nace del encuentro con Él. Aceptarla o dejarla pasar es una decisión que solo cada uno puede tomar.
Todos, en algún momento de la vida, experimentamos ese llamado. A veces suave, otras veces fuerte, pero siempre personal. Como los discípulos de Emaús, podemos caminar con el Señor sin reconocerlo, hasta que su presencia nos arde dentro. Jesús siempre está a la puerta de nuestra vida, y cuando decidimos abrir, todo cobra sentido.
¿Por qué es importante cultivar las vocaciones en nuestra Arquidiócesis de San Pedro Sula?
La Iglesia vive y crece gracias a las vocaciones, cada llamada que Dios hace es una semilla de esperanza que florece en medio de su pueblo. En nuestra Arquidiócesis de San Pedro Sula, marcada por una realidad social compleja, por desafíos pastorales y grandes necesidades espirituales, cultivar las vocaciones no es solo una necesidad, sino una misión compartida que nos involucra a todos como Iglesia.
En un mundo donde tantos jóvenes buscan sentido, identidad y pertenencia, la propuesta vocacional se convierte en una luz en medio de la confusión. La Iglesia necesita pastores con olor a oveja, religiosas que testimonien el amor gratuito de Cristo, laicos comprometidos con la transformación de la sociedad y familias que vivan su vocación como santuario sagrado de vida y fe.
Fomentar las vocaciones significa abrir caminos para que más jóvenes descubran el plan que Dios tiene para sus vidas es acompañar con amor, formar con responsabilidad y sostener con la oración a quienes sienten el deseo profundo de servir a Dios en el sacerdocio, la vida consagrada, la vida misionera o en una entrega laical comprometida.
Nuestra arquidiócesis, con su diversidad de comunidades, su riqueza humana y cultural, y su gran anhelo de renovación, necesita hombres y mujeres que se atrevan a decir “sí” al Señor, como María. Pero ese “sí” nace en el corazón de una comunidad que ora, anima y cree en las vocaciones, en otras palabras, es hablar de una cultura vocacional.
Por eso, como miembros de esta Iglesia particular, estamos llamados a ser una arquidiócesis con corazón vocacional, que no se cansa de sembrar, aunque no vea el fruto
inmediato. Porque sabemos que detrás de cada puerta que se toca, hay una historia que puede cambiar para siempre si alguien se atreve a abrir.
En este proceso de llamada y respuesta, la Pastoral Vocacional Arquidiocesana juega un papel fundamental. Es ella quien, con dedicación y entrega, anima, acompaña y forma a los jóvenes en su búsqueda vocacional. Desde los encuentros vocacionales, las visitas a las comunidades, los acompañamientos personales y las iniciativas misioneras, esta pastoral se convierte en ese puente necesario entre el llamado de Dios y la respuesta libre del corazón humano.
Cultivar las vocaciones es asegurar que Cristo siga presente, visible y activo en medio de su pueblo. Es apostar por el futuro de la fe, por el fortalecimiento de nuestras parroquias, por la cercanía de los sacramentos, por la continuidad del anuncio del Evangelio. Es, sobre todo, dar a nuestros jóvenes la oportunidad de descubrir que su vida tiene un propósito más grande que ellos mismos.
En este Mes de las Vocaciones, renovemos nuestro compromiso como arquidiócesis: ¡no dejemos de sembrar! porque donde hay un corazón que se abre, Dios sigue llamando… y nuestra Iglesia sigue creciendo, no tengamos miedo de mirar, escuchar, y abrir la puerta puede ser el inicio del camino en total plenitud y más hermoso de la vida desde nuestra realidad en concreto.